domingo, 25 de octubre de 2009

SOBRE LA SITUACIÓN SOCIAL DEL ANTIGUO RÉGIMEN

Los siguientes textos muestran los orígenes y el carácter de la estructura social propia del Antiguo Régimen. En el primero de ellos el autor, Adalberón de Laón, expone que la ley humana determina que la sociedad se diferencia y distinga en tres órdenes que no se deben mezclar. Cada uno de ellos desempeña una función en la sociedad, y esto se debe mantener así, aunque reconoce que se está desarrollando una nueva división social, que se superpone a las anteriores.

Como se puede observar de la lectura de este texto, el cambio social consistente en el surgimiento de un nuevo grupo, en el seno del tercer Estado, que sería la burguesía, está comenzando, lamentablemente (según se desprende del texto) a romper este orden secular tan operativamente (sic) diseñado.

El segundo texto es un fragmento de una queja del presidente del estamento de la nobleza en los Estados Generales que fueron convocados a principios del siglo XVII. De nuevo el eje de la exposición, aunque en este caso con más virulencia, es el intento de los miembros del Tercer Estado de igualarse a los estamentos privilegiados, y de establecer con ellos una relación fraternal, que obviamente implica una igualdad. El barón expone que el motivo por el que la nobleza disfruta de su posición y preeminencia es la función que ha venido desempeñando secularmente, que no ha sido otra que la defensa del orden social y el desempeño de tareas judiciales.

En esta línea, defiende que esta función no ha sido desarrollada por las ciudades (aquí se observa la evolución social, y por ello la composición de las asambleas en la edad moderna, que tiene lugar con el transcurso de los siglos), y por ello no merecen auparse a una relación de igualdad con quien sí que la ha desarrollado, con el riesgo de sus vidas y de su honor (sic).

Es recomendable, por tanto, la lectura de estos dos documentos para comprender cómo y por qué se divide la sociedad en la edad media y en la edad moderna. Asimismo, se entiende el motivo por el que la monarquía, entendida como absoluta por ser vicaria de Cristo, necesita la nobleza como estamento privilegiado, y tiene su razón de ser en ella. De esta forma, se comprende que el Despotismo Ilustrado, si bien descansó en la baja nobleza y en la alta burguesía, a los que se tituló y ennobleció, no pudiera prescindir en esencia de este estamento. Lo reformó para convertirlo en un grupo social útil realmente para el resto de la sociedad (en la medida de lo posible), pero esencialmente no lo suprimió.

Asimismo, no podría haber eliminado el régimen jurídico de las tierras sobre las que la nobleza (y la Iglesia) desarrollaban su función de señores (laicos o eclesiásticos, territoriales o jurisdiccionales) porque, conceptualmente, el motivo por el que detentaban todo el poder o soberanía, es decir, la voluntad de Dios, es el que justificaba, como manifiesta el Edicto Inquisitorial de 1789, el orden social diferenciado y privilegiado.

LA SOCIEDAD FEUDAL COMO SOCIEDAD TRIFUNCIONAL.

El orden eclesiástico forma un solo cuerpo, pero la división de la sociedad comprende tres órdenes. La ley humana, en efecto, distingue otras dos condiciones. El noble y el no libre no son gobernados por una ley idéntica.
Los nobles son los guerreros, los protectores de las iglesias. Defienden a todos los hombres del pueblo, grandes y modestos, y por tal hecho se protegen a ellos mismos. La otra clase es la de los no libres. Esta desdichada raza nada posee sin sufrimiento. Provisiones, vestimentas, son provistas para todos por los no libres, pues ningún hombre libre es capaz de vivir sin ellos.
Por tanto, la ciudad de Dios, que se cree una sola, está dividida en tres órdenes: algunos ruegan, otros combaten y otros trabajan. Estos tres órdenes viven juntos y no soportarían una separación. Los servicios de uno de ellos permiten los trabajos de los otros dos. Cada uno, alternativamente, presta su apoyo a todos.
En tanto prevaleció esta ley, el mundo gozó de paz. [En la actualidad] las leyes se debilitan y ya desapareció la paz. Los hábitos de los hombres cambian, como cambia también la división de la sociedad.

ADALBERÓN DE LAÓN.



DISCURSO DEL BARÓN DE SENECEY AL REY, EN EL PROCESO VERBAL DE LA NOBLEZA ANTE LOS ESTADOS. 1614

SIRE:
La bondad de nuestros reyes ha concedido siempre a la nobleza la libertad de recurrir a ellos en todas las ocasiones, ya que la preeminencia de sus cualidades es ha acercado siempre a sus augustas personas, en correspondencia a la fiel ejecución de sus reales acciones.
No relataré a V.M. todo lo que la antigüedad nos enseña sobre las preeminencias que el nacimiento ha concedido a ese orden y sobre su gran diferencia con respecto al resto del pueblo, con el que nunca ha soportado ser comparada. Podría, SIRE, extenderme en este punto, pero una verdad tan evidente no necesita testimonio para ser de todos conocida…; y, además, hablo en presencia del rey, a que sabemos celoso de nuestro mantenimiento, porque formamos parte de su brillo, como nosotros lo seríamos de pedirle y suplicarle, si no fuera porque una extraordinaria novedad nos hace pronunciarnos para quejarnos, en lugar de para elevar nuestras más humildes súplicas.
SIRE, Vuestra Majestad ha creído agradable convocar los Estados Generales de los tres órdenes de su reino, órdenes de destino separados por sus funciones y sus cualidades. La Iglesia, dedicada al servicio de Dios y de las almas, ocupa el primer rango, honramos a los prelados y a sus ministros como a nuestros padres, y como a los mediadores de nuestra reconciliación con Dios.
La nobleza, SIRE, ocupa el segundo rango. Es el brazo derecho de vuestra justicia, el sostén de vuestra corona, y la fuerza invencible del Estado.
Bajo los felices auspicios y la valerosa conducta de los reyes, al precio de su sangre, y gracias al uso de sus victoriosas armas, ha establecido la tranquilidad pública, y gracias a sus penas y labores, el tercer estado goza hoy de las comodidades que la paz proporciona.
Este orden, SIRE, ocupa el último rango en la asamblea, orden compuesto por el pueblo de las ciudades y de los campos, está sometido, al menos éstos últimos, al honor y la justicia de los dos primeros órdenes; los de las ciudades, burgueses, comerciantes, artesanos y ciertos oficiales son quienes desconocen su condición y, olvidando todos sus deberes, sin la aprobación de aquellos a los que representan, quienes quieren compararse con nosotros.
Siento vergüenza, SIRE, al citaros los términos con que nuevamente nos han ofendido. Comparan vuestro Estado a una familia compuesta por tres hermanos. Dicen que el orden eclesiástico es el primogénito, nosotros el segundo y ellos los cadetes.
¡En qué miserable condición hemos caído si esas palabras son ciertas! ¡Cómo! ¡Tantos servicios prestados desde tiempo inmemorial, tanto honores y dignidades transmitidos hereditariamente a la nobleza y merecidos por sus labores y su fidelidad, habrá servido acaso, en lugar de para elevarla, para rebajar su condición hasta el punto de situarla en relación fraternal con el vulgo, en la más estrecha relación posible entre hombres, la fraternidad!; y no contentos con decirse nuestros hermanos, se atribuyen la restauración del Estado, a lo que, como los franceses lo saben muy bien, no han contribuido en absoluto, y por lo tanto no pueden compararse con nosotros, sin que una comparación tan infundada se nos haga insoportable.
Dictad SIRE, vuestro fallo y, con una declaración llena de justicia, hacedles cumplir con sus deberes y reconocernos como somos y la diferencia que nos separa. Suplicamos humildemente a V.M. en nombre de toda la nobleza de Francia, puesto que de ella somos aquí sus representantes, con el fin de que, mantenida en su preeminencia, siga poniendo su honor y su vida al servicio de Vuestra Majestad.
Ecquid sentitis quanto contemptu vivatis ? Lucis vobis hujus partem, si liceat, adimant. Quod spiratis, quod voquem mittitis, quod formas hominum habetis, indignantur.

FUENTE: SIEYES, Emmanuel (2003) “Ensayo sobre los privilegios” en ¿Qué es el Tercer Estado?-Ensayo sobre los privilegios. Madrid. Alianza. Ciencia política. Págs. 77-79

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