miércoles, 20 de octubre de 2010

Sobre los afrancesados

Los afrancesados, como sabemos, eran los españoles que juraron fidelidad a José I y colaboraron con el
régimen político que éste intentó implantar en España.


Ideológicamente eran herederos de la tradición ilustrada que tuvo su apogeo en el reinado de Carlos III, y que en el reinado de Carlos IV, a raíz de la Revolución francesa, remitió ya que Carlos IV defendió la monarquía absoluta y el sistema económico y social del más puro Antiguo Régimen, frente a las medidas reformistas que se acometieron durante el reinado de su padre.


Estos ilustrados reformistas, con la llegada de los Bonaparte, comprobaron que gran parte de sus proyectos, que con Carlos IV, y sobre todo a raíz de los sucesos de las jornadas revolucionarias en Francia, se había
cerrado a todo tipo de cambio, podían materializarse. Por ello, aceptaron el nuevo régimen y juraron fidelidad a José I. Se convirtieron así en afrancesados.
El sistema político que defendieron se materializó en la Asamblea de Bayona y en el Estatuto aprobado en esa ciudad, mediante los cuales pretendieron volver a un sistema más moderno, aunque sin llegar al liberalismo radical de posiciones más extremas. Este planteamiento era lógico, teniendo en cuenta que los principios herederos de la Revolución Francesa, los principios que aspiraban a transformar el Antiguo Régimen, estaban encarnados por un sistema, el de Napoleón Bonaparte, que era quien estaba triunfando en una Europa bañada en sangre. Por tanto, a nivel ideológico se encontraban a medio camino entre el liberalismo de Cádiz y el absolutismo rígido de Carlos IV y de Fernando VII.


Defendieron medidas económicas innovadoras y claramente reformistas como la supresión de las aduanas interiores, la abolición del sistema señorial y de los mayorazgos y los privilegios de la nobleza y el clero. Sin embargo, sólo lograron transformar la educación y abolir las penas difamantes. Entre ellos destacaron Azanza, O’Farrill, Cabarrús, Urquijo, Leandro Fernández de Moratín…


Fueron muy perseguidos por el liberalismo inicial y por Fernando VII, pese a que éste había firmado el Tratado de Valençay, que le obligaba a respetarlos. Por ello, se tuvieron que exiliar. Sin embargo, volvieron al país de su exilio con Isabel II e influyeron ideológicamente en la creación del Partido Moderado.


Un texto típico de los afrancesados es el siguiente:

No temáis que nuestras tareas filantrópicas sean interrumpidas o perturbadas por el genio maléfico que tantos y tan graves daños ha causado a nuestra amada patria. Nuestro pensamiento es libre, como nuestras personas y propiedades. El brazo invencible del gran Napoleón derrotó el monstruo odioso, el abominable tribunal que con eterno oprobio de la razón humana ha violado impunemente por tantos siglos el derecho más sagrado del hombre, Gloria inmortal al gran Napoleón, vengador de los ultrajes hechos a la España por una canalla detestable que había establecido su tiránico imperio sobre el entendimiento del hombre. Gloria inmortal al Emperador filosófico que ha querido darnos un Rey ilustrado, bajo cuyos auspicios volverán los españoles a ser hombres, y destruidos los monumentos funestos de la superstición, se levantarán sobre sus ruinas los verdaderos templos de la razón, las glorias de los francmasones.


Como se puede comprobar, en este documento aparecen las lineas de pensamiento de los afrancesados. Por ejemplo, en la línea 2 el autor defiende la libertad de pensamiento tan típica de los ilustrados del XVIII (y de los liberales de Cádiz, aunque, en este caso, de forma más radical) y de los masones. Libertad también a nivel económico, lo cual planteaba la ruptura de los vínculos y amortizaciones que caracterizaron las estructuras económicas y sociales del Antiguo Régimen. Y odio a instituciones tan típicas de sistemas anteriores, como la Inquisición, a la que califica como  monstruo odioso, el abominable tribunal que con eterno oprobio de la razón humana ha violado impunemente por tantos siglos el derecho más sagrado del hombre.
Por tanto, ruptura con la mentalidad del reinado anterior, el de Carlos IV, y ruptura con sus estructuras económicas y sociales. También defensa del imperio de la razón (destruidos los monumentos funestos de la superstición, se levantarán sobre sus ruinas los verdaderos templos de la razón) y cierto atisbo de defensa de la soberanía de los ciudadanos, o por lo menos, conversión de los súbditos en tales (bajo cuyos auspicios volverán los españoles a ser hombres). Por ello, un texto muy representativo de la forma de ser y pensar de aquellos que apoyaron el régimen de José I, pensando que apoyaban al caballo ganador. 

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