martes, 29 de noviembre de 2016

Pronunciamientos militares en la España de Isabel II

El siglo XIX español, en concreto durante el reinado de Isabel II, estuvo jalonado por pronunciamientos militares. Dado que los líderes de los partidos políticos eran miembros del ejército, y debido a que el sistema de partidos se caracterizaba por una preponderancia del Partido Moderado, en concreto en sus versiones narvaecista o vilumista, dichos políticos, en general, optaban por retraerse del juego político y tratar de asaltar el poder mediante un golpe de Estado que solía acompañarse de un manifiesto público en el que pronunciar públicamente sus objetivos. 
Realmente, hasta la restauración borbónica, con el nombramiento de Alfonso XII como rey de España, y, simultáneamente, con la coronación del la jerarquía militar con la figura del monarca como capitán general, no hubo un control efectivo del ejército, que se comportaba como un grupo ajeno al Estado pero que lo controlaba e incidía en él. Además, en la Restauración del liberalismo conservador con Alfonso XII influyó el alejamiento de los militares de la política para que el ejército pasara de ser una especie de poder paralelo incontrolado a ser un instrumento del Estado y del poder. Así pues, hasta que no hubo un nuevo diseño del liberalismo conservador (doctrinarismo), los generales fueron comportándose como una suerte de señores de la guerra que controlaban determinadas guarniciones y, de tanto en tanto, hacían oír su voz de forma violenta. 

Como consecuencia, el reinado de Isabel II sería un período muy inestable en el que el comportamiento de la Corona tuvo su influencia, pero también la actitud de unos militares que, cuando no podían acceder al poder de forma pacífica (lo cual era muy complicado si sus ideas no coincidían con las de la Reina o con las de su camarilla de Palacio), decidían dar un golpe de Estado mediante un pronunciamiento
Así pues, el pronunciamiento vendría a ser una sublevación o rebeldía militar que busca el apoyo de las fuerzas armadas o de un sector de éstas, de los partidos y facciones políticas que estaban alejados del poder (en general, por la acción constitucional de la Corona que podía separar y designar libremente a los ministros)  y de la población. 
Los pronunciamientos solían ser incruentos, a no ser que se sumasen las masas populares, que, por lo general, solían actuar mediante las barricadas y las juntas de vecinos.

En cuanto a su desarrollo, los pronunciamientos solían articularse en varias fases. En primer lugar nacía como complot militar y civil contra el Gobierno que estuviese en el poder. En realidad, las diferencias con ese conjunto de ministros (muchos de ellos también militares) no eran sustanciales, como ocurrió en la vicalvarada de 1854. 
En segundo lugar, una vez que se había puesto en marcha los sublevados solían sondear a otros militares para que se comprometieran. En esta fase,el pronunciamiento ya adquiría una diferencia más seria respecto del Gobierno y de la Corona. Es el caso del apoyo de los progresistas en 1854, a los militares vicalvaristas. En esta fase se publicaba el manifiesto, declaración o “grito”, que era el programa donde los que se “pronunciaban” anunciaban sus intenciones, de ahí el nombre de este tipo de sublevación. Éste es el caso del Manifiesto de Manzanares 
Por último, tenía lugar la acción popular masiva, que era la que hacía cambiar el orden de las cosas, aunque no siempre. Esta fase solía consistir además de la presentación de ese programa,  o conquistando directamente el poder. Aunque no solía haber baños de sangre se trataba de un acto violento para acceder al poder frente al mecanismo electoral, aunque éste estuviera muy viciado.
El término de pronunciamiento surgió cuando Riego se pronunció en Cabezas de San Juan contra el régimen absolutista restaurado de Fernando VII en 1820, aunque no sería el primer pronunciamiento, ya que seguramente fue el del general absolutista Elío en 1814. En el Sexenio Absolutista proliferaron los pronunciamientos de signo liberal: Espoz y Mina en 1814, Díaz Porlier (1815), Richart (1816), o el Lacy y Milans del Bosch en 1817, todos ellos fallidos hasta el de Riego. Instaurado el Trienio Liberal, el nuevo régimen se vio atacado por pronunciamientos de signo absolutista, como el de la Guardia Real en el verano de 1822 en Madrid, aunque abundó más el fenómeno de las partidas rurales, precedente del comienzo de la futura guerra carlista. 
La restauración absolutista a partir de la intervención de los Cien Mil Hijos de San Luis inauguró la Década Absolutista. En esa época hay que destacar el pronunciamiento liberal del coronel Valdés en 1824, los de signo absolutista de Bessières y Capapé en ese mismo año, y sobre todo el liberal de Torrijos en 1831.
La época del Estatuto Real, a partir de 1834, vivió una gran inestabilidad política con pronunciamientos progresistas como los del teniente Cordero y de Quesada  en 1835, desembocando en el motín de los sargentos de la Granja en agosto de 1836, que liquidaría este régimen, restableciendo la Constitución de 1812. La reina gobernadora María Cristina terminaría su Regencia por la combinación de la presión militar con la civil, subiendo al poder el general Espartero, liberal progresista pero de marcado carácter populista y autoritario. Durante su Regencia se pronunciaron O’Donnell, Concha, Narváez y Diego de León en septiembre de 1841. Espartero caería en 1843, teniendo un gran protagonismo en este desenlace la Orden Militar Española. 
Los progresistas recurrieron a los pronunciamientos para intentar conquistar el poder durante el monopolio que los moderados hicieron del mismo en la conocida como Década Moderada. Es el caso de los intentos de desplazar a los moderados en 1848, por ejemplo, pero que Narváez se encargó de ahogar. Al final, el pronunciamiento de O’Donnell y Dulce, conocido como la Vicalvarada (1854), terminó con el domino moderado y permitió el acceso de los progresistas al gobierno, que lo conservarían durante el Bienio Progresista. Este pronunciamiento puede ser considerado como paradigmático por la clara combinación de elementos militares y civiles, con un programa condensado en el Manifiesto de Manzanares y gran apoyo de la opinión pública, cansada de una larga etapa de gobiernos moderados, como ya hemos visto. 
La época de la Unión Liberal sería la más tranquila en lo que se refiere a pronunciamientos. Se trató de un período en el que, como hubo elementos de progresistas y de moderados, ni unos ni otros trataron de dar el paso inicial que desatase la lucha popular, que era la que realmente hacía cambiar el signo de los tiempos, aunque es cierto que hubo, como hemos visto esta mañana, una sublevación carlista en San Carlos de la Rápita en 1860. 

Con el fracaso en la oferta de O'Donnell a Prim de turnarse en el poder, en 1863, y la vuelta de los moderados al Gobierno, esa etapa final estuvo llena de pronunciamientos de carácter progresista y demócrata. Ahora bien, todos fracasaron (por ejemplo, la cuartelada de San Gil). Sólo cuando murieron los apoyos de Isabel II, O'Donnell por los unionistas, y Narváez por los moderados, el Pacto de Ostende pudo desatar el manifiesto del almirante Topete, en Cádiz, en septiembre de 1868.  
El pronunciamiento supuso un ejemplo de lo que se conoce como pretorianismo, es decir, injerencia del ejército en la vida política interior de un estado empleando su fuerza en beneficio de una facción o partido político. Pero con el tiempo fue creciendo la autonomía militar respecto a las opciones políticas, ganando el militarismo, que terminó impregnando al Estado y a la sociedad.  El cambio comenzó a gestarse en el Sexenio Democrático. 
La inestabilidad política con dos regímenes –Monarquía democrática de Amadeo I y Primera República-, las guerras de Cuba y la tercera carlista, y el ímpetu del movimiento obrero y del cantonalismo generó en los cuarteles una nueva opción que pasaba por la defensa de los intereses corporativos de la oficialidad, alejándose de las opciones partidistas. Esta autonomía hacia los partidos y opciones políticas terminaría por triunfar en el sistema canovista de la Restauración. Este nuevo régimen nació por el pronunciamiento de Martínez Campos a finales de 1874, el último gran pronunciamiento del siglo XIX, pero sin la participación de Cánovas del Castillo. 
El político malagueño no quería que la Monarquía se restaurase de esta forma y tuvo que aceptar los hechos consumados. Los intentos de pronunciamiento de signo más progresista, impulsados por el eterno conspirador republicano que fue Ruiz Zorrilla contra la Monarquía, fueron fracasos rotundos desde el primer momento. Cánovas hizo un esfuerzo para que los militares se mantuviesen al margen del fragor político con evidente éxito, pero el Desastre de 1898 trastocaría esta situación y generaría, junto con otros factores, un creciente militarismo.

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