El período
correspondiente al primer tercio del siglo XX, es decir, el período que
abarcaba el reinado de Alfonso XIII y la II República se conoce como la Edad de Plata de la cultura. Esto se debía
a que coexistieron los protagonistas de tres generaciones intelectuales como la
Generación del 98, la del 14 y la del 27.
A la
primer de ellas correspondían Pío Baroja, Antonio Machado, Ramón María del
Valle-Inclán, Miguel de Unamuno o Ramiro de Maeztu. A la generación del 14 Juan Ramón Jiménez, Manuel Azaña, Ramón Pérez de
Ayala, Gregorio Marañón o Ramón Gómez de la Serna. Por su parte, en la Generación del 27 se pueden incluir
Jorge Guillén, Rafael Alberti, Luis Cernuda, Pedro Salinas, Dámaso Alonso,
Gerardo Diego, Federico García Lorca o Miguel Hernández.
Además
de estas figuras literarias, debemos destacar la arquitectura, con Lluís Domènech
i Montaner, Antoni Gaudí, Puig i Cadafalch… y, en artes plásticas, a Mariano
Benlliure, Ignacio Zuloaga, Pablo Picasso, Juan Gris, Joan Miró o Salvador Dalí.
Asimismo, en cine destacaríamos a Luis Buñuel, y, en música, a Isaac Albéniz,
Enrique Granados o Manuel de Falla. En ello vemos a coexistencia de tendencias
musicales más tradicionales, con las vanguardias: el modernismo, el
surrealismo, la experimentación pictórica, el cubismo, el postimpresionismo…. Todos
ellos movimientos típicamente europeos.
Además
de las artes, en la creación intelectual destacan en Medicina Santiago Ramón y
Cajal o Severo Ochoa, y, en el pensamiento filosófico, José Ortega y Gasset o
María Zambrano. Estas figuras se habían empezado a formar en España, pero, de
la misma forma, habían completado sus estudios en Europa. Así pues, con ellos
la cultura española traspasaba los Pirineos e introducía un mundo cultural
diferente, lo que fue un apoyo importante para el desarrollo de un sistema
democrático, el de la II República.
Como
causas de esta eclosión cultural se pueden citar la creación de la Institución
Libre de Enseñanza en los inicios de la Restauración borbónica, allá por 1876. Este
establecimiento educativo, que inició su andadura con enseñanza superior pero
acabó abarcando también la primaria y la secundaria, defendió un sistema educativo basado en métodos
inductivos y deductivos fundamentados en la observación de evidencias. Así pues,
la consecuencia fue la formación del pensamiento crítico en los estudiantes. Estos
estudiantes fueron los que maduraron en el primer tercio del siglo XX y se
convirtieron en las figuras antes citadas.
Por
otra parte, entre las figuras que dirigieron la Institución Libre de Enseñanza
destacan Francisco Giner de los Ríos, su fundador, pero, más adelante, Manuel
Bartolomé de Cossío. Bajo la dirección de este último la ILE inició el Museo
Pedagógico Nacional, las colonias escolares de vacaciones, la Junta de Ampliación
de Estudios, la Residencia de Estudiantes, el Centro de Estudios Históricos o
el Instituto-Escuela. Pero, además, en 1931 la ILE fomentó la creación de las
Misiones Pedagógicas que fueron esenciales para extender la cultura entre las
masas analfabetas españolas sobre las que era muy complicado establecer un
sistema democrático.
Entre
los pedagogos que se encargaron de llevar este proyecto adelante, y que se
vinculó al control de la Iglesia, una Iglesia preconciliar, y a la extensión de
una enseñanza sin dogmas destacaron varios. Lorenzo Luzuriaga, que defendió la escuela única, base para la creación de
una sociedad sin diferencias entre hombres y mujeres, o Rodolfo Llopis, miembro
del PSOE y director general de Enseñanza Primaria desde el Gobierno
Provisional. Éste último, además, como maestro, conocía perfectamente la
situación del Magisterio Nacional. Había pasado por la Escuela Normal de
Cuenca, donde había impartido clases de Geografía en 1921 y sabía de primera
mano la importancia que el magisterio tenía en la formación de las clases
populares de la España rural. Así pues, fue una de las figuras que, desde el
reformismo democrático, trató de sentar las bases de la democracia en una
sociedad atrasada.
De todo
lo comentado se deduce que esta eclosión cultural, que no se limitó a la alta cultura, se fundamentó en las
medidas que habían escapado a los fundamentos del sistema liberal. En concreto,
la cultura y la política de la II República provenían de la ILE de finales del
XIX, pero, como sabemos, no se extendió. Por tanto, fue un intento de europeizar
España, como había defendido Joaquín Costa a principios del siglo XX. Pero no
pudo ser.